Sobre el Partido Judicial
Este post atrasa dos semanas porque fue escrito para publicarse en un diario. Como nunca se publicó, lo hago aquí. Con esto pretendo cerrar el debate sobre el tema iniciado en el post anterior, para luego pasar a otros, que escapen a "lo judicial" (aunque tanta cháchara sobre el juicio por jurados me está tentando)...
Audio de la entrevista que dispara esta nota:
https://archive.org/details/EntrevistaMarianoGutierrezRadioAM1190
El partido judicial y la gente
inocente
Sobre el
partido judicial
¿Qué hay de
cierto sobre la existencia de un partido judicial? Lo cierto es que, dentro del
mundo judicial, hay un fuero muy especial, el fuero federal, que se hace
todavía más especial y exclusivo en la Capital Federal. Es que el gran grueso
de las causas judiciales que afectan al ciudadano común depende del sistema
judicial de cada provincia, pero aquellas que tienen que ver con cuestiones
federales –y entre ellas las que afectan a funcionarios públicos del gobierno
nacional- son materia de la justicia federal, y por lo general, de la justicia
federal de la Capital (donde está la sede del gobierno, los ministerios, etc.).
Es decir, que aunque todos los sistemas judiciales, también los provinciales,
son mucho más “políticos” de lo que admiten (forman parte del sistema político,
sus integrantes son nombrados y removidos por padrinos y referentes de la
política, los magistrados y funcionarios planifican políticamente sus carreras,
y entran en contacto y dependen de sus relaciones políticas), el fuero federal
lo es de una manera mucho más profunda, de una manera que tiene mucho más
impacto y más poder, sobre la política nacional. Por eso mismo, todos los
factores de poder fáctico (La Curia, las Policías, las agencias de inteligencia
nacionales e internacionales, las grandes fortunas y empresas a través de
influyentes estudios), ingresan, colocan sus fichas, conocen el paño, intervienen,
proponen, en fin, participan. El telón de fondo de estas otras estructuras de
poder que intervienen en el fuero federal, es una estructura compuesta por
representantes de las familias de alcurnia de Capital y sus alrededores, que
siempre han habitado la justicia federal como su hábitat natural, y que debe
acomodarse y a veces neutralizar el juego político de todos estos otros actores.
El resultado
es un grupo de magistrados y funcionarios, muy hábiles políticamente (el juego
político allí es incesante), conscientes de pertenecer a una estructura de
poder con carácter propio, que cuenta con sus propias estrategias de defensa y
reproducción, y con una ideología (reaccionaria o conservadora) muy marcada.
En ese
sentido, el fuero federal judicial, se podría denunciar como un “partido”. Pero
no lo es en el sentido de que, a diferencia de los otros partidos, no compite
por el gobierno a partir de la representación colectiva. Esto es, los partidos
se sostienen en la amplitud de sus bases y deben legitimarse con el voto
popular periódicamente. So poder de gobierno depende de ello. Las otras
estructuras de poder (lo que se llaman “los poderes fácticos”) dependen más de
la oscuridad que de su visibilidad, operan en las sombras respecto de la
opinión pública. De allí que las empresas se defiendan sus intereses como
libertades individuales, los operadores judiciales defiendan sus operaciones
políticas como “independencia judicial”, los grandes medios de comunicación se
defiendan a si mismos invocando a la libertad de expresión, los acreedores
internacionales defiendan a los suyos invocando la necesidad de “seguridad
jurídica” y de “honrar las deudas”. De allí también que sea tan funcional a
estos poderes fácticos los discursos intelectuales que confunden poder con
gobierno: tal partido no conduce el
gobierno sino que tomó el poder.
Este discurso vuelve a la invisibilidad todos esos otros actores de poder, y
coloca bajo la mirada pública únicamente al gobierno, conduciendo todas las
miradas críticas sobre él, y llevando a olvidar que los gobiernos suelen ser
una pequeña cuota del poder real, que muchas veces entra en pugna con alguno de
esos otros poderes fácticos.
La marcha
del 18F
Las marchas y manifestaciones masivas nunca expresan únicamente lo que se dice explícitamente en su convocatoria. Sirven también, para expresar otras emociones colectivas que se adhieren al sentido original de la manifestación y que la “cargan” de sentido. Así por ejemplo, las marchas de Blumberg no fueron exitosas únicamente porque la gente apoyaba el petitorio (la mayoría de la gente no sabía que había en el petitorio, ni lo recuerda ahora), sino que muchas emociones colectivas negativas (descontento, hartazgo, resentimiento, miedos) se expresaban allí también. La marcha del campo no se trató únicamente de rechazo a la nueva resolución por las retenciones escalonadas, se trataba de marcar la cancha, y poner sus límites a un gobierno que la oligarquía agraria sentía como “anti campo”, y finalmente, hacer un ejercicio de fuerza de todos los actores políticos que se oponían al gobierno por las más distintas razones. Así, y aunque suene crudo decirlo, la marcha del “18F” no se trató únicamente de lo que en su momento planteó la familia de Nisman (homenajearlo y pedir esclarecimiento de su muerte), sirvió para que los actores de más alto perfil del fuero federal manifestaran su fuerza frente al gobierno (a quien consideran enemigo), para que actores de los más variados manifestaran sus emociones negativas también frente al gobierno, para que algunos aprovecharan a pedir el derrocamiento o la renuncia. Resumiendo, sirvió como expresión de emociones de descontento de distinto grado y para hacer una demostración y ejercicio de fuerza de los más diversos sectores que se oponen al gobierno (su signo político, sus políticas concretas, su significado, etc.). Lo curioso de este juego de signos y emociones colectivas es cómo se pueden sumar significados hasta que el objeto pierde cualquier relación con su historia real y anterior. Se vio a algunos fascistas marchar por Nisman -que era judío-. Se vio a muchos reclamar también por el esclarecimiento de la Amia –cuando Nisman estaba acusado, justamente, por los familiares de los muertos en la Amia, de desviar la investigación-. Se vio a Nisman convertido en un mártir opositor, cuando fue designado por el kirchnerismo y compartió con él casi toda su historia como fiscal federal. Alberto Nisman, hay que decirlo, la persona de carne y hueso (bastante enigmática, hay que decirlo, sobre todo después de que se supo lo de los dos escritos opuestos que tenía preparados), quedó dejado de lado desde que empezó a existir como símbolo. Desde que se convirtió en un símbolo de ese magma de sentimientos opositores al gobierno, dejó de importar quién era y qué hacía en realidad.
Por eso,
tampoco importa ya la veracidad y verosimilitud de la denuncia que iba a hacer (hay
que decirlo, jurídicamente la denuncia era jurídicamente ridícula, muy mala. No
podía probar lo que decía, y uno espera, que si uno va a denunciar nada menos
que a un presidente, la prueba y la argumentación jurídica sea sólida. Esto que
casi todos admitían ya por lo bajo quedo debidamente demostrado por el Juez
Rafecas). La denuncia también se convirtió en símbolo. Entonces ya no importa
si la denuncia dice la verdad histórica. Importa cómo la denuncia (¡cualquier
denuncia penal hubiera servido al efecto!) contra la presidente, puede
capitalizar y representar ese magma de emociones y sentidos. Y por lo tanto, la
denuncia va a ser defendida, más allá de cualquier razón o de su poca verosimilitud, porque sirve como insulto contra un gobierno,
al que se le puede imputar entonces, corrupción, asesinato, y toda clase de
bajezas, aunque no importa en realidad si el que las cometió fue él. Importa
imputárselos. Y esa imputación encuentra su ratificación ya no en la prueba si
no en la emoción que logra representar.
La gente inocente
Argumentar que, además de tragedias o crímenes, estos casos, son objetos políticos, que van a ser utilizados para hacer política a favor o en contra de tal o cual sector, de tal o cual cosa, no debe llevar al discurso cómodo u facilista de “al final en el medio estamos nosotros, los pobres ciudadanos”. No es que no sea cierto que sí hay ciudadanos inocentes que no quieren participar de ese juego de unos y otros. Preferiríamos pensar eso de nosotros mismos, que siempre somos inocentes. Pero participamos igual, sin ser conscientes de que lo hacemos, por ejemplo reproduciendo, sin pensar críticamente, los discursos que en ese juego se ponen a circular, las imputaciones y los insultos que se instalan. Por otro lado, si es cierto que uno no es culpable de nada, es porque tampoco ha hecho nada, en general. Y políticamente el peor crimen es no hacer nada en general. Como electores perdonamos errores, pero no perdonamos la pasividad, “el no hacer nada”, porque la política es justamente eso, hacer algo con la cosa colectiva. Y con la cosa colectiva se está haciendo algo siempre. Y como siempre se está haciendo algo, aún cuando no hacemos nada, algo estamos haciendo.
A nivel de
la lectura pública, si participo de la marcha, estoy apoyando, en ese momento, y
aunque yo no insulte, todos los insultos que escucho a mi alrededor y que avalo
con mi presencia, pero también estoy apoyando en ese momento manifestación de
fuerza del “partido judicial”, y la idea instalada en sectores de que “el
gobierno mató a Nisman” o al menos encubre las causas de su muerte (acusación
que, nuevamente, no admite prueba en contra, porque no sirve como imputación si
no como insulto). Lo sepa o no lo sepa, lo quiera o no lo quiera, si estoy ahí
estoy colaborando con esos movimientos, mi presencia le da fuerza a esa expresión
colectiva. Y si critico la marcha (por ejemplo, algún fiscal federal, muy
crítico del gobierno, también ha criticado la marcha), estoy restándole fuerza
y legitimidad, a esas lecturas, a esas manifestaciones de fuerza, aunque luego
diga que “la reconozco”.
No quiero
decir con esto que, para mí, la verdad histórica de lo ocurrido no importa. A
nivel ético, moral, importaría investigar la denuncia de Nisman, si tuviera
algún hecho delictivo a ser investigado (y políticamente también importaría
demostrar, por ejemplo, que era un disparate). A nivel ético también sería
fundamental investigar si es cierto que la investigación de la Amia fue
desviada a propósito y desde los servicios de inteligencia todos estos años. Y también importa saber quiénes fueron los
fiscales que convocaron a la marcha y qué quieren lograr, y qué puede pasar,
con los apoyos que lograron (por ejemplo ¿cómo se explica que Piumato, el
Secretario General del Gremio de Judiciales, que ha denunciando penalmente a la
mayoría de los fiscales convocantes hace algunos años, sea ahora el principal
orador de la marcha que ellos organizaron?) Importa saberlo para no ser un peón
cómodamente “inocente” en las luchas de otros (¡qué cómodo es ser una víctima
inocente, cómo nos libera de toda posibilidad histórica, cómo nos permite creer
que el error es siempre de los otros!), para saber dónde uno está parado, y
poder ser consciente de la función política que cumple o no mi inmovilidad o mi
manifestación. Para eso hay que conocer bien la mayor cantidad de datos de lo
ocurrido. Hay que dudar, pensar críticamente, tener criterio propio para
evaluar, no sólo informarse a partir de lo que digan actores interesados, ser
capaces de pensar más allá de lo que ellos quieren que pensemos.
Las preguntas
para empezar son, entonces: ¿a quién terminó conviniendo y a quién terminó
perjudicando la muerte de Nisman? ¿no reasultaba obvio que si alguien lo mató,
el costo iba a terminar recayendo siempre sobre el gobierno nacional?¿Qué
pruebas tenemos realmente para saber qué pasó? ¿No resulta curioso que justamente, de lo que
ya no se habla más es de las pruebas
que debería haber para saber si fue un suicidio, un homicidio, y en este caso,
quién fue el autor? ¿A mí, me importa
verdaderamente qué pasó o ya lo decidí, sin admitir prueba en
contrario, porque ya decidí a quién se la voy a cobrar, porque ya he decidido
que no me importa la verdad de una muerte si no el insulto que me permite
expresar? Entonces ¿A quien le importa la verdad, cuando ya puedo decidir quien
es el responsable?
Me gusta el análisis que proponés – tanto en el artículo como en la entrevista - donde la reflexión cae más en los “cómo” que en los “por qué”. Cada actor individual o colectivo tiene sus razones e intereses respecto a Nisman (y sobre ello también podría centrarse el análisis), pero más interesante me parece pensar en el modo en que nuestro accionar legitima, y por ende, fortalece a quienes “gestionan” ese combo de razones entre las que bienintencionadamente puede estar la nuestra.
ResponderBorrarCuanto mayor es la distancia que se genera entre el difunto Alberto Nisman (objeto) y el símbolo en que se constituyó mayor es el margen de interpretación del símbolo, y de esa forma más adecuable como herramienta para cualquier tipo de crítica.
Me acuerdo que me había llamado la atención cuando inicialmente algunos políticos opositores traían a colación conversaciones que habían tenido con Nisman en vida (y por ende solo ellos podían interpretar): Eran como curas hablando de las enseñanzas de Cristo, o socialistas interpretando al difunto Marx.
En esta analogía, esos dos escritos que tenía preparados Nisman antes de morir hacen las veces de evangelios apócrifos y los Grundrisse respectivamente.
En este sentido, yo creo que sí importa qué paso con el fiscal. Y la resolución que se busca no es ni suicidio ni homicidio: es “vacio”. Porque cuanto más información exista mas se acota el margen de libertad en la interpretación del símbolo que es Nisman.
Respecto al “partido judicial”, yo estaba mas de acuerdo con la calificación de “corporación”.
Como bien decís, quienes conforman el grupo social de quienes trabajan en la justicia federal son representantes de familias de alcurnia, educadas en determinados colegios, que concurren a determinados clubes y lugares de veraneo, que tienen determinada visión de la realidad y expectativas, etc.
Estas y otras características pueden estar presentes en mayor o menor medida, pero hay una que tiene que estar siempre para ser un “judicial” y es trabajar en la Justicia. A partir de ésta es que empezamos a buscar las demás.
Entiendo que, de modo muy esquemático, la idea democrática de representación a través de partidos políticos se basa en el supuesto de la posibilidad de identificación entre quienes componen una sociedad a través de “ideas” por las que construyen determinada identidad partidaria.
Por otro lado, la idea corporativista que propondría la representación no por partidos políticos sino por corporaciones se basa en el supuesto de homogeneidad de intereses políticos entre quienes tienen un mismo oficio, en tanto tendrían similares condiciones de existencia.
Saludos,
Jorge
Muy interesante reflexión, Jorge. La comparto. El rótulo de partido, sin embargo, tiene más impacto político y mediático hoy. Y sugiere que el poder judicial, como un todo, se comporta como un núcleo opositor. Por eso fue así lanzada en el discurso presidencial, supongo. Es decir, en ese contexto tiene la virtud de "denunciar" más cosas que sólo "corporación" (categoría de denuncia política ya desgastada por su repetida referencia a las grandes empresas de medios. Y con esa pregunta comenzaba la nota radial.
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